lunes, 26 de septiembre de 2011

GRACIAS A LA MÚSICA.

Daría mi pie izquierdo por tener oído para la música. De todas formas, para lo que lo uso. Si tengo un defecto (tengo muchos) que me joda en especial, es la falta de aptitud para la música. Después del cine, la música es la mayor de mis pasiones (familia aparte) Sigo disfrutando como un niño cuando veo una película; pero, a día de hoy, no junto dos horas seguidas para ver un largometraje, ni a tiros. Pero la música… ¡ah! eso ya es otra cosa. Se puede escuchar música en cualquier parte del mundo y en cualquier momento, en el coche, en tu casa, en el trabajo, en la calle, en los bares, en cualquier lugar que se te ocurra, hasta durmiendo la siesta (al que le dejen dormir la siesta)  Siempre que lleves unos auriculares y cualquier tipo de reproductor musical, puedes escuchar rock, soul, rap, étnica, folclórica, romántica, pop, heavy, blus, electrónica, jazz, clásica o cualquier estilo que te guste.
Una letra de Sabina, una guitarra de Clapton, un piano de Elton, un ritmo de Santana, una voz de Aretha, una composición de Beethoven y tantos nombres como instrumentos ha creado el hombre, llenan nuestros días de fuerza, de alegría, de vida. Una sola melodía puede unir a un millón de almas, que ni siquiera se conocen y hacerlas bailar al mismo son. Solo con música se sobrellevan las largas jornadas de trabajo o los tediosos desplazamientos cotidianos, una buena canción nos regala unos minutos de satisfacción y horas de buenas vibraciones. Nos relajamos, nos emocionamos, nos motivamos y hasta nos enamoramos con música. Que sería de nosotros sin ella, imaginad una película sin su banda sonora, pensad en la publicidad sin esos temas que se convierten en éxitos, o en re-éxitos. O un trayecto en coche, que sin la radio se hace el doble de largo. Que sería de las noches de bares y discotecas sin sus pinchadiscos animando al personal con sus sesiones. Los aficionados al footing o a la bici no saben cuánto le tienen que agradecer al que invento el walkman, ingenio que, desde hace más de treinta años, les acompaña, eso sí, cada vez más pequeñito.
La música hace que la sangre fluya por tus arterias de manera diferente, al compás de unos acordes que erizan el bello de tu nuca mientras no puedes dejar de tatarear mentalmente la melodía que, poco a poco, se filtra por cada hueco de tu  sistema nervioso. Las piernas no dejan de cimbrear, tu corazón palpita de manera diferente, tus ojos brillan de manera distinta y a tu cabeza vuelven recuerdos que saboreas como si estuvieses viviéndolos otra vez, porque no hay vivencia que no podamos asociar a un tema musical. Solo son siete notas musicales, pero sus infinitas combinaciones se expanden por el universo como la luz. Alumbran y acompañan cada uno de nuestros pasos y nos acercan, hasta el punto de rozarla con la yema de los dedos, a la felicidad.

Sin música la vida sería un error.
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filosofo alemán.

lunes, 19 de septiembre de 2011

¿ES UN PÁJARO? ¿ES UN AVIÓN?

            No. Es un masca chapas con los calzoncillos encima de unas mayas de color chillón, un súper héroe como tantos. Normalmente van con capa hasta los tobillos y en ocasiones con algún artilugio defensivo (u ofensivo) de poder devastador. Estos portentos de la naturaleza matan el tiempo dando por el culo a los planes malvados de los malos malísimos que intentan joder la marrana a todo lo que se mueve. Suelen mantener su identidad oculta, para disfrutar de una vida “normal”, mientras no están salvando a la humanidad de terribles catástrofes y tropelías varias. Son adalid de la justicia y protectores de la buena gente que puebla las naciones libres del mundo. ¿Qué sería de nosotros sin estos divinos defensores del bien?

            Nos gustan tanto estas historias porque desearíamos que fueran verdad. Y, aunque algunos se empeñen en convencernos de lo contrario, esos seres perversos, que intentan destruir el mundo, tampoco existen. Pero el pensar que un mutante indestructible, o un ser de otro planeta con súper poderes, podría defendernos, nos deja mucho más tranquilos. Es una cuestión de comodidad, porque siempre que tengamos a una súper araña, o a un súper murciélago para ocuparse del problema, no tendremos que preocuparnos por las maldades que nos acechan.
            No terminamos de comprender que si hay un mal que debemos temer es el que está dentro de nosotros mismos. La indiferencia, el conformismo, la mediocridad, el rencor, la avaricia, el odio, la insensibilidad, el engaño, la ira y el miedo nos corrompen continuamente. Una autodestrucción incesante engulle a esta especie, en declive desde su mismo albor. El volumen de villanos contra héroes (ahora sin el “súper” delante) es desproporcionado y nos condena a un destino lúgubre y desolador. Solo unos pocos, pretendiéndolo o no, se enfrentan cada día a la vileza que les rodea, en pos de mejorar una humanidad desmemoriada que no es capaz de aprender de sus propios errores. Queda la esperanza de que su granito de arena sirva para que el espíritu de los hombres no termine de degradarse por completo. Agradezcamos, pues, a esos defensores de la virtud, que nos recuerden, de vez en cuando, la importancia de la verdad, el honor, la voluntad, el orgullo, la amistad o el amor y aceptemos que todos somos víctimas de nuestra propia actitud en la vida.
            A todos nos gustaría ser un súper hombre o una súper mujer, surcar los cielos a la velocidad de la luz, tener una fuerza colosal y dar palizas a los maleantes, para regocijo del resto de los mortales; pero, sabiendo que no es más que una fantasía, si que podríamos desear ser mejores personas y esforzarnos un poco cada día por no dejar de crecer y hacer, por fin, de esta insignificante vida que nos han regalado, algo digno y virtuoso, sin tener que llevar capa, ni los calzones por fuera ni una máscara para que no se nos reconozca. Tan solo dando lo mejor de nosotros mismos, aceptando que somos seres imperfectos, pero sin dejar de buscar la perfección en todo lo que hagamos. Buscando la felicidad de los que nos rodean, más que la nuestra. Queriendo ser personas normales; pero, para que nuestros hijos piensen que somos auténticos héroes.
 

Bertolt Brecht (1898-1956) Dramaturgo y poeta alemán.



lunes, 12 de septiembre de 2011

CAMBIO DE VIDA

Llegaste a mi vida casi sin avisar. Puede que nueve meses sea suficiente para la mayoría, pero para mí no. Después de casi treinta años siendo hijo, doscientos setenta días es una miseria para asimilar que iba a ser padre. Recuerdo, como si fuera ayer, el día que naciste, bueno, todo empezó siendo de día, pero acabó bien entrada la madrugada. Con la parsimonia con la que te tomaste tu entrada (o más bien salida) al mundo, todavía no entiendo las prisas que te entran cuando tienes hambre o sueño. Todo este tiempo, desde el día D a la hora H, ha pasado como un suspiro. Más bien, ha pasado entre suspiros y derrames salivares, alternados con grandes bostezos y restregamientos oculares. Dicen que la vida es un continuo cambio evolutivo y es cierto, nuestras prioridades cambian al mismo tiempo que crecemos y vamos madurando (por no decir envejeciendo). Pero nunca habría imaginado semejante abismo, entre mi anterior e insulsa vida, llena de preocupaciones insignificantes y descomunales alegrías y esta nueva experiencia, repleta de llantos, cacas y mocos. Jamás había echado tanto de menos una siesta, ni había añorado con tanta nostalgia el quedarme en la cama hasta tarde un domingo. No hecho tanto de menos las noches de fiesta y los viajes improvisados, como el no tener que estar preocupado por comprar pañales o preparar papillas. Hace menos de un año que estás aquí y cuando me miro al espejo creo que me ha pasado por encima un lustro. Gracias al cielo que inventaron a las abuelas, no sé cómo se las apañaban antes los padres sin esta herramienta liberadora de tiempo. En fin, con tantos sacrificios y malos ratos como supone la paternidad, me extraña muchísimo que la especie humana no se haya extinguido todavía.
Sin embargo, cuando naciste, todavía preocupado por el bienestar de tu madre, te pusieron en mis brazos, me guiñaste un ojo y fue entonces cuando un escalofrío me atravesó el cuerpo y ya nada volvió a ser igual. En ese momento, el pellizco de unos dedos pequeñitos detuvo mi corazón por una milésima de segundo e hizo que volviera a latir con más fuerza que nunca. Mis ojos, cansados, brillaron como nunca lo habían hecho y mi piel se erizó, tan fría como el hielo y a la vez tan caliente como el sol. Fue cuando me di cuenta de que mi vida ya no valía absolutamente nada. Desde entonces, cada sonrisa fugaz en tu rostro vale por todas las lágrimas del mundo. Cada llanto, por leve que sea, estremece mi alma como si cayera por un precipicio. Con tu primera mirada supe que mis ojos serian los que miren por ti cuando no haya nada bonito que ver. Con tu primer “papá” sentí como una fuerza colosal me sobrevenía, para poder cuidar de ti el resto de mis días. Con tu primer abrazo me di cuenta de lo frágil que eras y la responsabilidad que sobre mí recaía. Con tus primeros pasos, decidí que los míos tendrían que guiarte y que no dejaría de luchar para que todos tus sueños se hagan realidad. Solo espero saber quererte tan bien como mis padres me han querido a mí. Si algún día lees estas palabras, recuerda que eres la mayor de mis motivaciones y que, desde el día de tu llegada, dejé de preocuparme por las nimiedades cotidianas, para dedicar todos mis pensamientos, todos mis esfuerzos, todos mis segundos y dar mi vida si fuera necesario por algo infinitamente más importante que cualquier otra cosa: tú.
Firmado: Un padre.

No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre.

Sigmund Freud (1856-1939) Médico austriaco.

lunes, 5 de septiembre de 2011

¿CRISIS? ¿DÓNDE ESTÁ LA CRISIS?

¿Ahorrador o no ahorrador? Un mojón pa ti. Mala época para los cerditos de barro cocido, que años atrás llenábamos de calderilla, con paciencia y muchos sacrificios, hasta que no cabía ni una peseta más y luego nos dedicábamos a vaciarlos con un cuchillo y precisión de cirujano, para no tener que romper esa adinerada criatura que podría volver a usarse como el más inocente de los bancos. Eran otros tiempos, dirán algunos, pero yo, aunque me considere bastante progresista, echo de menos algunas cosas de esos tiempos. Ahora es más fácil echar la culpa de la situación a otros y no a nosotros mismos. Convertimos a los políticos, a los bancos, a las empresas del ladrillo, a las multinacionales, a los mercados, etc. en causantes de todos los males económicos que hoy nos afligen en forma de la mal llamada crisis. Señoras y señores, a ver si dejamos de mirarnos el ombligo y empezamos a pensar un poco con la cabeza. No sería justo acusar a los coches de ser los causantes de los accidentes de tráfico. Todo el mundo sabe ya que el conductor es el verdadero problema.
Consumo es la palabra que, a mi parecer, explica la causa de todo este embolado en el que nos hayamos inmersos. No hace ni dos décadas que el consumo, para la gran mayoría, era poco más que el de primera necesidad. Como decía antes, se gastaba lo justo, para poco a poco llenar la hucha y darse después el capricho que se antojaba con el capital ahorrado. Hoy no. De unos años a esta parte, eso de ahorrar se acabo. Se ha malversado el carpe diem en beneficio del consumismo más desproporcionado que jamás hayamos conocido. Ahora se pide prestado para disfrutar y después ya nos iremos apañando con las letras. Hoy día, se lleva eso de autoproclamarse marqués de Villaquiero o duque de Letradebo. No importa si no somos médicos, ni abogados, ni estrellas del rock & roll. Con mil euritos al mes cualquiera puede permitirse una vivienda de doscientos mil, un coche de treinta mil, unas vacaciones en el Caribe, como Curro, ropas de marca, oro blanco y brillantes, equipos de alta fidelidad, móviles con funciones que jamás usaremos y cualquier otra cosa que se pueda comprar con el dinero que presta nuestro querido amigo, el banco.
Vivimos lapidados por una deuda que nadie nos obligó a contraer. Tenemos trabajos que no nos gustan para comprar cosas que no nos hacen falta, como decían en la película. Y lo peor es que tampoco nos preocupa, de hecho, si se tercia, nos endeudamos todavía más. Lo que no puede faltar es la cervecita con los amigos, la comida de los domingos con la familia o las zapatillas de marca para el niño de seis meses. Pagamos intereses por el dinero que pedimos prestado, mientras lloramos con un solo ojo, quejándonos de la crisis que nos han traído de Dios sabe dónde. A lo mejor hay que empezar a pensar que la mayor crisis la tiene nuestro cerebro. Tenemos lo que merecemos.



La pobreza no viene por la disminución de las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos.
Platón (427 AC-347 AC) Filósofo griego.