miércoles, 2 de agosto de 2023

¡SAPRISTI!

                Yo siempre he tenido amigos, muchos y de muchos tipos. Ya sabéis, los primeros amigos de la infancia, los del instituto, los de la universidad y hasta algunos compañeros de trabajo. Con algunos, los menos, se coge una confianza que dura toda la vida y otros van y vienen por épocas y se convierten en conocidos más que en amistades.

               Como a casi todo el mundo, me sobran dedos de una mano para contar a mis mejores amigos, los de verdad, a los que les contaría cualquier cosa y con los que compartiría cualquier aventura, esos que sabes que, aunque no los veas todos los días, cuando hace falta los tienes ahí para lo que sea, hasta para una mudanza.

               Por otro lado, yo tengo dos amigos muy especiales que llevan conmigo desde que tengo memoria. Van siempre juntos y no existirían el uno sin el otro. Con ellos aprendí a leer, con ellos he pasado incontables horas viviendo locas aventuras una y otra vez, me hicieron compañía siempre que me sentía solo y les quiero mucho porque les debo mucho, de hecho les debo parte de lo que soy.

               Son un par de calamidades con patas, pero también son de los que para cada problema buscan una solución y aunque casi nunca funciona nada como esperan, a pesar de todo, siguen adelante. Cada golpe lo pagan con un buen chichón, a las broncas le echan mucha resignación y cada metedura de pata acaba en una estrepitosa huída y vuelta a empezar.

               Ninguno es una lumbrera, más bien son un par de cenutrios que siembran el caos a su paso por culpa de su ineptitud. Uno de los dos tiene un problema de gestión emocional, sobre todo de control de la ira, porque se supone que es el que manda, pero lo más normal es que lo mande todo a la porra. Está siempre malhumorado y poco es para las desgracias que le ocurren de manera continua e inagotable. Aunque es bastante arisco, en el fondo es buena persona.

               El otro, que le pone a todo la mejor intención, tiene una especial habilidad para conseguir que en su jefe recaigan todas las desgracias habidas y por haber. Eso sí, tiene un súper poder que ya quisieran los americanos, se puede disfrazar de cualquier cosa que se pueda imaginar de manera instantánea, con todo lo que eso conlleva tanto para bien como para mal. Es un fiel compañero que por muchos enredos que ocasione, con sus catastróficas consecuencias, se le quiere. Yo no elegiría a otro.

               Y no son solo amigos míos, llevan en este mundo 65 años y en todo ese tiempo han entretenido y divertido a millones de personas. Cuando yo era niño, recuerdo perfectamente a mi abuelo desternillarse de risa con sus tropelías, a mi padre mondarse con el humor sibilino de ese par de cebollinos y a mis primos y a mí descuajaringándonos con cada trompazo, porque con este dúo, que es la monda, siempre hay carcajadas a mansalva.

               No puedo dejar de mencionar a unos cuantos compañeros de este par de zopencos como son su superior, con cara de pocos amigos y poca paciencia que les manda a cada misión, porque no tiene alternativa, y les racanea hasta la nómina, una secretaria con cierto problema de sobrepeso que no pierde la esperanza de que la inviten a salir algún día y un científico al que mis amigos no quieren ver ni en pintura porque sus inventos suelen acarrear más tormento que ayuda.

               Llevo unos días triste porque el padre de mis mejores amigos ha fallecido y aunque ellos, por suerte para todos, son inmortales, yo sé que cada vez que los acompañe en alguna nueva misión, que las habrá, ya no será igual. Nada será igual porque ya se intentó y no funciono. Nada será igual porque nadie nunca fue capaz de crear tanto, con tanta calidad y durante tanto tiempo, de hecho y como se suele decir: hasta el último aliento.

               Uno de los motivos que más me apena de esa pérdida es que siempre tuve la esperanza de conocer a ese genio en persona, solo para poder charlar un rato con él, que me contara cosas de su mundo y poder decirle lo importante que era para mí y todo lo que había influenciado en mi vida su obra, pero ya no podrá ser.

               Además, también me da mucha lástima, por no decir rabia, que aunque tanta gente, de tantos sitios del mundo, de tantas generaciones diferentes, hemos admirado y seguido al creador de los mejores amigos que se puedan tener, él nos ha dejado sin recibir el reconocimiento oficial que todos pensamos que merece. Siempre habrá alcornoques y besugos incapaces de reconocer el mérito de lo que no pueden de entender. Yo cada día tengo más claro que el mundo sería un lugar mejor si todos tuvieran sentido del humor, sobre todo los que mandan.

               En fin, la vida, que a veces nos hace creer que algunas cosas no van a tener un final, pero al final todo se acaba. De lo que estoy seguro es de que si hay un más allá, ese creador tendrá un sitio especial en la mesa donde se sientan los más grandes del humor y si no lo hay, como poco estará siempre en el corazón de todos los que tanto lo admiramos. Gracias por tanto y larga vida a los mejores amigos.    



“Mortadelo y Filemón no aportan mensajes, la intención es que el lector pase un buen rato y se olvide de sus problemas.“

“Verán, nunca he sabido darle al balón, ni agarrar una raqueta, ni soltar el manillar de la bicicleta, ni meter la pelotita en el hoyo, ni dirigir un banco, ni medrar en la política; si canto, acuden los guardias tratando de salvar a la víctima, para el cine no pasaría de acomodador… ¡Nada, nada, otra vez al cómic, faltaba más!”

“Una vez firme a cuatro generaciones a la vez. Venían tres personas, el abuelo, el hijo y la nieta que ya era mayorcita. Me dieron cuatro nombres. Y digo ¿y el cuarto donde esta? la nieta se señala la barriga diciendo aquí aquí.”

  Francisco Ibáñez


domingo, 6 de febrero de 2022

Querida abuela Carmela.

Querida abuela Carmela:

Van a hacer diez años que no nos vemos y durante todo este tiempo no he dejado de acordarme de ti y he pensado en escribirte muchas veces, pero ya sabes, nunca encuentra uno el momento adecuado ni se tiene claro por dónde empezar.

Diez años. Ni te imaginas lo que te has perdido. No es que el mundo haya cambiado mucho que digamos, de hecho no sabría decirte con seguridad si la cosa ha ido a mejor o a peor, pero apostaría por la segunda opción. Te fuiste en mitad de una crisis económica y hoy seguimos más o menos igual. No sé si dejamos de estarlo en algún momento, pero parece que ya se nos ha hecho el cuerpo y vivir en crisis es lo normal, de hecho hay quien te lo vende como algo bueno, una oportunidad dicen.

Recuerdo que mirabas la política con recelo y siempre desconfiaste de todos los bandos, pues ahora fliparías, porque si no teníamos bastante con las dos Españas, ahora tenemos cuatro o cinco, o diecisiete, vete tú a saber. También hay más extremos y pronto habrá más jefes que indios. Por cierto, ahora hay que tener mucho cuidado con este tipo de expresiones, de repente a todo el mundo se le ha puesto el pellejo muy fino.

Hace diez años sabíamos que en cualquier barco, más tarde o más temprano, podían aparecer ratas y que era algo puntual y reparable. Ahora resulta que las ratas capitanean los barcos, pero también lo hemos asumido como algo normal y entre los que no lo ven y los que no quieren verlo, ahí seguimos peleándonos entre nosotros para defender a las ratas que gobiernan el barco que creemos que más nos interesa. Lo más gracioso es que la mayoría de nosotros no estamos ni abordo.

Otra cosa que ha cambiado muchísimo es el tema de Internet. Ahora todo el mundo tiene Internet en el bolsillo y hay unas cosas que se llaman redes sociales que tienen a todo el mundo enganchado, supongo que por eso lo de red. A veces son sociales y a veces antisociales, porque como ha pasado siempre, hay quien les da buen uso y hay quien las usa solo para joder, a alguno le arreglan la vida y hay a quien se la arruina. En fin, ya sabes, la proporción de buenas y malas personas tampoco suele variar mucho con el paso de los años.

La tele en general sigue más o menos igual, pero con más plataformas de pago para ver muchas cosas sin publicidad y sin mucho interés ni necesidad de atención, así no necesitamos dejar de mirar ni un segundo el móvil. Los canales en abierto mismo mecanismo, ya no sabes que creerte de los informativos y con suerte puedes ver una peli a cachitos insertados entre horas de publicidad. Sigue habiendo canales cuyo tema exclusivo es el cotilleo, pero sé que no te gustaban y a mí tampoco, así que ni te lo menciono.

Bueno, que te voy a decir, todo es un circo. Políticos y artistas van a la cárcel por fraude y delitos económicos y te hablo de cantidades de dinero que cuando tú te fuiste, no sabíamos ni que existían. Hasta en la Casa Real, el que no ha entrado en chirona, está en el “exilio”. Pero vaya, que lo van arreglando, solo tienen que dejar pasar el tiempo y el interés se pierde mientras nos quejamos de algún problema más nuevo.

La familia bien. Mis padres siguen jóvenes, no me faltan tíos y todavía me queda mi otra abuela. Mi hija, la única bisnieta que conociste antes de irte tiene ya once años, pero no te recuerda y eso me apena muchísimo. Tengo guardado un peluche que le regalaste como si fuera un tesoro, algún día se lo devolveré. Tuve otro hijo y cuando ve alguna foto tuya me pregunta quién eres y yo siempre le digo que eres su bisabuela y que le hubiera encantado conocerte, como le pasaba a todo el que te conoció. Mi hermano y mis primos también han tenido una niña cada uno, así que tendrías 5 bisnietos… por el momento, pero ninguno ha tenido la suerte de conocerte y recordarte, contando cuentos, protegiéndonos de las broncas de nuestros padres y del abuelo, acompañándonos a alumbrar o simplemente preparándonos la merienda mientras veíamos una película. En fin, puta ley de vida.

Lo mío se complicó un poco. Al tiempo de tu ida empecé a tener problemas de movilidad y me acabaron diagnosticando con esclerosis múltiple. Tuve que cerrar el bar que tenía y cambiar de profesión, pero bueno, a todo se adapta uno y la enfermedad no se portaba muy mal conmigo al principio, pero la cosa se complicó hace poco menos de dos años.

Llevamos viviendo una pandemia desde entonces por culpa de un virus puñetero que empezó a enfermar a mucha gente y a enterrar a tantos como para que algunos pocos pensaran que nos íbamos a extinguir, mientras otros tantos todavía no se lo creen, pero la cosa es que van contados más de cinco millones de muertos y no quiero saber los que van sin contar.

Yo, con la suerte que me caracteriza, lo cogí al principio, cuando no sabían ni que tratamiento usar. Estuve a punto de hacerte una visita antes de tiempo, pero nos salvamos por una chispa, esa chispa que consigue que no se apague un motor, esa chispa que hay en la mirada de los ojos de tus hijos, esa chispa que encuentras en la voz de tus padres, esa chispa que se enciende cuando tu corazón se junta con el de tu compañera. En fin, algunos lo llaman milagro, otros suerte y yo creo que, más que otra cosa, cabezonería. En aquellos momentos pensé mucho en ti y a veces me gusta creer que tuviste algo de culpa en que sobreviviera. Gracias si fue así.

La cuestión es que aquí estoy, pero mi enfermedad empeoró y desde entonces andamos peor que regular y no hemos salido de una cuando estamos en otra, porque inventaron las vacunas y de tres dosis que llevo ninguna me ha sentado bien. La verdad es que los últimos tiempos no están siendo fáciles en ningún aspecto, pero cuando peor me encuentro, cuando más me pesan las piernas y el pensamiento, cuando la idea de rendirme se asoma a mi despertar, me acuerdo de ti, de tus últimos años cargando con una enfermedad, lenta y dolorosa, terrible y desoladora, pero que no consiguió quitarte una sonrisa de la cara, una enfermedad que no pudo hacer que dejaras de disfrutar cada momento que merecía la pena ser vivido y que no logró que el desánimo te hiciera presa.

Ya sea crónica como la mía o mortal como la tuya, una enfermedad busca siempre que nos rindamos, por eso cada día que no dejamos de sonreír es una batalla ganada. Cada mañana que, a pesar del dolor y a pesar de la incertidumbre, nos levantamos de la cama y decidimos afrontar un destino que se intuye sombrío es un paso más hacia la victoria, que no consiste en vivir cien años, si no en vivir sin miedo cada día sean los que sean los que nos queden. Y lo hacemos por nuestros padres, por nuestros hijos, por nuestra pareja y por nuestros seres queridos, porque, aunque ellos sufren con nosotros, cuando todo acabe siempre podrán decir “mi hijo no se rindió” “mi padre no dejo que le robaran la felicidad” “mi marido aceptó las cartas que le tocaron y jugó con dignidad hasta el último segundo”.

A lo mejor no lo pensaste, pero todo eso inspirabas y las gracias te las doy de la única forma que se me ocurre, agarrándome a la vida y estrujándola para que nunca piense que es ella la que controla la situación. Sin dejar de jugar, sin dejar de divertirme y sin parar de vivir.

Me despido ya y espero que no pasen diez años para otra carta. Dale un abrazo fuerte a mis abuelos y diles que también los echo de menos. Un beso enorme. Te quiero.



sábado, 4 de enero de 2020

CASI.

Tengo que reconocer que he estado a punto de rendirme. Una mala racha de solo tres meses casi puede conmigo. Y digo solo tres meses porque las he tenido bastante más largas, pero nunca tan duras y es que cada vez se hace más difícil superar los baches. Cuando el cuerpo te falla, la cabeza le sigue y cuando la cabeza no tira del carro, el cuerpo se rinde. La pescadilla que se muerde la cola. Una espiral que culmina en el agotamiento físico, mental y emocional. Llega el día en que solo el “reptil”, cargado de puro instinto de supervivencia, consigue que el resto del ser sobreviva, desalentado y sin esperanza, solo descontando días, horas y minutos. Para colmo, llega mi temido diciembre y todo empeora. Días cortos, frío y oscuridad. Recuerdos tristes y la generalizada falsa felicidad, amor de mentira y consumo desmedido, todo envuelto en luces y brillantina, solo para disimular la pobreza de nuestra moral y castigarnos el bolsillo en febrero. También, cada año, a finales, una angustia me hormiguea en las tripas, como si se me acabara el tiempo para terminar algo que ni siquiera recuerdo tener planeado. No hablo del cargo de conciencia por no haber cumplido los propósitos de la última noche vieja, porque hace años que no me hago este tipo de promesas. A lo mejor es la edad, pero en los últimos tiempos, siempre que termina un año, caigo en todas esas cosas que ya pensaba que habría hecho, pero que es poco probable que ya vaya a poder hacer. Todo esto y otras piedrecitas en los zapatos que se cuelan por el camino casi consiguen que abandone.

Pero ha sido terminar el año y, aun en el barro, he recuperado la energía justa para seguir caminando un poco más, pisoteando mis propios infiernos, lanzándome al vacío como he hecho tantas veces, guiñándole sonriente a la desgracia y gritando sin voz, porque la lucha no ha acabado. He podido encontrar una vez más la motivación que sacude mi mundo y no es precisamente alcanzar una meta particular. La chispa que arranca el motor es la responsabilidad de no dejar que mis hijos piensen que cuando la cosa se complica la solución es rendirse al desánimo. No hacer que mis padres crean que no han sido capaces de insuflar en mí el suficiente valor como para sobreponerme tras cada caída. Y no abandonar en el día a día a mi compañera, que acarrea cansada parte de mi carga intentando ignorar su propio sufrimiento. No lo hago por mí y si estuviera solo, seguramente no lo haría. Lo hago por ellos, por todos. Para demostrar que cuando no hay culpables que buscar, cuando la solución no se antoja cerca, lo único que nos queda es demostrarle a la vida que venga lo que venga no va a ganar la batalla. Porque solo pierde el que se rinde y si cuando llega tu hora, sea cuando sea, puedes mirar atrás y decir “a pesar de todo lo malo, no has conseguido que fuera infeliz” entonces habrás ganado.



Si paras… pierdes y el que pierde muere. (Javier Jiménez 2020)

lunes, 26 de febrero de 2018

MILAGRO DEL HUMOR


Cómicos y humoristas hay muchos, los hay mejores y los hay peores, según gustos. La mayoría pasan de moda antes o después y solo unos pocos se vuelven inmortales, a esos se los conoce como los genios del humor. Hubo uno al que yo no calificaría exactamente como genio del humor precisamente. Contaba chistes, muchos de los viejos y casi todos de los malos y la mayoría de las veces los contaba mal o mezclaba unos con otros. Si hubiera empezado hoy lo más seguro es que no hubiera pasado de ser el friki de turno que no daría ni para un zapping o un meme. Pero no fue así.

A veces el universo se confabula y hace coincidir a una persona concreta en el momento preciso y ocurre algo que casi nadie espera ni entiende, porque no tiene explicación, algo que si hubiera pasado antes o si hubiera pasado después, seguramente hubiera pasado desapercibido. A mediados de los noventa, cuando casi nadie sabía lo que era internet ni teníamos teléfono móvil y solo había cinco canales y medio, el mundo del humor y la televisión le daban otro giro de tuerca al mundo del chiste. Una fórmula de lo más innovadora, chistes viejos y gente joven. Jóvenes eran casi todos, pero había un señor que era mayor que la mayoría de los chistes que se contaban. Era malagueño, pero no era como el resto de andaluces que había en el grupo, él era especial. Se hacía llamar Chiquito de la Calzada y por aquel entonces ya gastaba los sesenta, llevaba desde niño intentando sobrevivir de el cante y de repente entró en nuestras vidas, entró en la vida de todo el mundo. Al principio vestía siempre con zapatos negros con un poco de tacón, lustrosos como si cada noche estrenara un par, pantalón de pinza negro y unas camisas estampadas de lo más llamativo. Las camisas fue de las pocas cosas que no puso de moda. Contaba chistes de una manera que no lo había hecho nadie nunca, se paseaba por el escenario como un bailaor con micro espasmos, a veces como si tuviera una china en cada zapato, a veces como si le renqueara una pierna. Además de recorrer el escenario de punta a punta con su estrafalario desfile, usaba unas expresiones hasta el momento desconocidas, un idioma nuevo, unas palabras que nadie había oído jamás, pero que sin embargo todos acabamos entendiendo, las asimilamos y las empezamos a usar en nuestro día a día y así hasta hoy. De repente, todos queríamos imitarlo, andar como él, contar sus chistes y hablar en su idioma, algunos hasta se hicieron ricos copiando al personaje.


Pero Chiquito nunca fue un personaje, no lo creó un guionista, no interpretaba un papel, no preparaba sus actuaciones, ni ensayaba con ayuda de un profesor de interpretación. Chiquito era él y él era así. Siempre fue así. La vida le dio limones muchas veces y siempre hizo limonada. Era el master de la limonada. A pesar de todo se rio del mundo y el mundo se río con él. No fue una simple moda, fue un acontecimiento que revolucionó el mundo del humor e incluso a la misma sociedad, hasta el punto de que tras casi 25 años, todavía perdura en nuestra memoria y lo que le queda. Porque si hay algo más difícil que hacer reír es que te quiera todo el mundo. Hace poco más de tres meses que Chiquito nos dejó y mientras escribo estas palabras y hago memoria, no puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta y me consta que hay muchos que sienten lo mismo que yo. Porque es cómo perder a ese tío segundo tuyo, al que no veías mucho, pero que le tenías un cariño especial, sin saber exactamente por qué. Tal vez era por su forma de contar los chistes, tal vez porque se le conocía como una muy buena persona y su mirada siempre desprendía ese halo de bondad y ternura o a lo mejor porque los que con el tiempo hemos conocido su historia, sabemos que es un verdadero ejemplo de superación, que tras una vida cargando penas y miserias a la espalda, tuvo un golpe de suerte y, aunque parezca increíble, no se le subió a la cabeza y demostró que fue merecedor de esa oportunidad. Puede que Don Gregorio, como lo llamábamos en el barrio, no fuera lo que se dice un genio del humor, pero de lo que sí estoy seguro es que Chiquito de la Calzada siempre será un auténtico milagro del humor.




"El humor es una herramienta de poder. Nos proporciona una perspectiva diferente sobre nuestros problemas y una actitud de desapego y de control. Si eres capaz de reírte de algo, ¡ya le has ganado la partida!"

Bill Cosby.

viernes, 17 de junio de 2016

MUCHO POR CAMINAR.

A pesar de todo lo fuerte que eres, yo te sigo sintiendo tan frágil como la primera vez que te tuve en mis brazos. Te veo corretear con esa mirada que se tiene cuando sabes que el mundo te pertenece, cuando el significado de “futuro” se desvanece entre alocadas carcajadas y no puedo dejar de lamentar pertenecer a otra generación que tampoco ha hecho lo suficiente como para que puedas heredar un mundo un poco mejor que el que yo me encontré.

            Quiero que sepas que seguramente no podré dedicarte todo el tiempo de atención que quisieras y que todo infante se merece y cuenta ya con que no te daré todos los caprichos que se te antojen. En ocasiones creerás que soy demasiado duro contigo, pero no me lo tengas en cuenta, porque mi padre también lo fue conmigo y hoy no soy capaz de encontrar palabras ni acciones que puedan  agradecer todo lo bueno que me ha aportado su educación. Pero sí que hay una cuestión por la que me gustaría pedirte perdón por adelantado.

            Hace tiempo, antes de que entraras en nuestra vida, le dije a tu hermana que mis piernas serían las suyas cuando no le quedasen fuerzas para seguir avanzando y mis ojos serían los suyos cuando no hubiera nada bonito que ver. Te diría lo mismo a ti también, pero me temo que ya no va a poder ser. Hay muchas cosas que ya no voy a poder hacer ni con ni por vosotros, tantas que me aterra hacer una lista. Pero no tengas miedo, porque tenéis una gran familia, grande en todos los sentidos, que se encargará de hacer por y con vosotros todo lo que yo no pueda. Además, todavía conservo muchas facultades y espero poder usarlas para transmitiros a tu hermana y a ti todo el conocimiento y experiencia que he acumulado a lo largo de los años, deseando que os sea útil en vuestro recorrido por la vida.

            Por último, también quiero expresaros mi más sentido agradecimiento, porque aunque no lo sepáis, sois sin quererlo la principal razón y el más esencial de los motivos por el que no me he rendido. Sois la chispa que mantiene en marcha el motor de mi ser. Es la ilusión por veros crecer lo que me aporta la fuerza necesaria para terminar cada día sin desear que no haya un mañana. Gracias a vosotros y por supuesto también a esa gran familia que tenemos la suerte de compartir, he decidido no dejar de luchar un solo minuto contra esa adversidad que me ha tocado padecer, con el único objetivo de vencer al miedo que me produce la agónica incertidumbre de no saber cuándo tendré que ampliar la dichosa lista de cosas que ya no podré hacer nunca más. Doy gracias por cada paso que puedo seguir dando porque así no dejo de andar a vuestro lado mientras recorréis el camino que la vida os ha puesto bajo los pies.        



            “No le evitéis a vuestros hijos las dificultades de la vida, enseñadles más bien a superarlas.”
                                                                                                                             Louis Pasteur.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

domingo, 29 de diciembre de 2013

QUERIDOS PAPÁ Y MAMÁ.


Queridos papá y mamá:

            Aunque no me acuerde demasiado del momento, os conocí hace ya mismo treinta y tres años. Un suspiro si contáis el tiempo que hace que os conocéis vosotros, pero más que suficiente como para haber compartido cinco ciudades diferentes repartidas por toda la geografía española. Para llevarme en más de dos y en más de tres ocasiones de urgencias al hospital. De sobra para que me matricularais en una guardería, dos colegios, un instituto, una universidad y hasta en una escuela de idiomas. Bastante, como para acompañarme a los torneos de artes marciales y a las obras de teatro. Hemos recorrido juntos varios cientos de miles de kilómetros para ver a la familia o para disfrutar de unas vacaciones en un destino diferente cada vez. Tiempo para celebrar mi bautismo, mi primera comunión, para acompañarme al altar y para celebrar el nacimiento de mi hija. Hemos compartido sobremesas, sofá y mando a distancia. Hemos discutido por la programación, por las notas, por la ropa, por las fiestas y por el trabajo. Hemos reído horas y horas hasta la extenuación y hemos llorado juntos con la perdida de nuestros seres queridos.

            Ahora que celebráis treinta y cuatro años de casados, lo que no es mucho cuando se sabe que os conocéis desde que tenéis memoria, he caído en la cuenta de que nunca os he dado sinceramente las gracias. Gracias por ser mis padres. Gracias por quererme. Gracias por educarme. Gracias por estar ahí siempre que ha hecho falta. Gracias por insistir una y otra vez con vuestros consejos, aunque no os haya hecho caso tantísimas veces. Una mano firme y un corazón tierno han sido la forja de un espíritu noble y templado. Recuerdo perfectamente la analogía que hacías, papa, sobre los hombres de bambú y los hombres de mimbre y sobre la diferencia entre ser la cabeza del ratón o la cola del león. También recuerdo, mama, cuando me decías “cuando tengas hijos lo entenderás” y que razón tenías. Con vosotros aprendí a aprender, a crecer, a evolucionar y a mejorar con el esfuerzo. Me enseñasteis a perder y a ganar. Y todavía sigo aprendiendo de vosotros. Solo espero ser capaz de mantener unida a mi familia con la misma fortaleza con la que lo habéis hecho vosotros y conseguir infundir en mis hijos el respeto, el cariño y el amor que yo he recibido. Espero también, saber superar todas las vicisitudes que sé que están por llegar, pero que he visto a través de vuestros ojos como sobrepasarlas.

Ya no hace falta que me digáis que me queréis y que puedo contar con vosotros, porque ya hace tiempo que lo sé. Hoy lo que me gustaría que supierais es que ahora y siempre podréis contar conmigo, que yo os quiero a vosotros de una manera inconmensurable y que agradezco cada minuto de vida que he pasado a vuestro lado. Porque cuando hecho la vista atrás y hago memoria, no puedo imaginar una vida diferente ni a unos padres mejores. Gracias.


Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad.

Karl A. Menninger (1893-1990) Psiquiatra estadounidense.

jueves, 31 de octubre de 2013

GRACIAS.


            Cada noche, cuando me derrumbo en la cama, abatido por un día a día que no parece tener comienzo ni final, cierro los ojos para mitigar el escozor de mis retinas y respiro profundamente justo antes de empezar a intentar relajar cada músculo tensionado de mi cuerpo, justo antes de intentar dejar de pensar en las batallas que todavía están por librar y de sentir esa terrible sensación de angustia que produce la incertidumbre de no saber si todo el esfuerzo, todo el dolor y todos los sacrificios tendrán en algún momento su recompensa. En ese momento, muchas veces, oigo tu respiración y cuando abro los ojos, puedo verte dormida junto a mí.

            Hace tiempo que no te digo que me bebería los océanos por ti. Rara vez susurro a tu oído que atravesaría el infierno para conseguir un abrazo tuyo. Ni siquiera que arrasaría el desierto más inmenso para llegar a tus labios. Las mariposas que tantas cosquillas dieron a mis entrañas se fueron y no han vuelto. El temblor que mis piernas sufrían cuando te besaba con la pasión de un veinteañero se ha curado y las madrugadas soñando despierto con pasar todas las noches de mi vida durmiendo a tu lado y oliendo el dulce aroma de tu piel ya no las recuerdo.

            Nada de esto tiene demasiada importancia cuando te das cuenta de que ni se beben los océanos, ni se atraviesan los infiernos, ni se arrasan los desiertos y que lo que realmente importa es saber que la persona que has decidido que camine a tu lado hasta el fin de tus días, duerme a tu lado cada noche sin importarle lo duro que va a ser el mañana, ajena a la importancia que tiene que su ser sea el que aporta la última chispa que mantiene vivo el motor fatigoso de una alma cansada de ser derrotada y que por mucho que cueste, siempre está ahí para darte el empujón que necesitas cuando todo el mundo intenta demostrar que no eres capaz de conseguirlo.  Gracias por alumbrar con tu mirada el camino siempre incierto que me empeño en recorrer. Gracias por perdonar cada error que mi torpe corazón no deja de seguir cometiendo. Gracias por estar. Gracias por ser. Gracias.