miércoles, 2 de agosto de 2023

¡SAPRISTI!

                Yo siempre he tenido amigos, muchos y de muchos tipos. Ya sabéis, los primeros amigos de la infancia, los del instituto, los de la universidad y hasta algunos compañeros de trabajo. Con algunos, los menos, se coge una confianza que dura toda la vida y otros van y vienen por épocas y se convierten en conocidos más que en amistades.

               Como a casi todo el mundo, me sobran dedos de una mano para contar a mis mejores amigos, los de verdad, a los que les contaría cualquier cosa y con los que compartiría cualquier aventura, esos que sabes que, aunque no los veas todos los días, cuando hace falta los tienes ahí para lo que sea, hasta para una mudanza.

               Por otro lado, yo tengo dos amigos muy especiales que llevan conmigo desde que tengo memoria. Van siempre juntos y no existirían el uno sin el otro. Con ellos aprendí a leer, con ellos he pasado incontables horas viviendo locas aventuras una y otra vez, me hicieron compañía siempre que me sentía solo y les quiero mucho porque les debo mucho, de hecho les debo parte de lo que soy.

               Son un par de calamidades con patas, pero también son de los que para cada problema buscan una solución y aunque casi nunca funciona nada como esperan, a pesar de todo, siguen adelante. Cada golpe lo pagan con un buen chichón, a las broncas le echan mucha resignación y cada metedura de pata acaba en una estrepitosa huída y vuelta a empezar.

               Ninguno es una lumbrera, más bien son un par de cenutrios que siembran el caos a su paso por culpa de su ineptitud. Uno de los dos tiene un problema de gestión emocional, sobre todo de control de la ira, porque se supone que es el que manda, pero lo más normal es que lo mande todo a la porra. Está siempre malhumorado y poco es para las desgracias que le ocurren de manera continua e inagotable. Aunque es bastante arisco, en el fondo es buena persona.

               El otro, que le pone a todo la mejor intención, tiene una especial habilidad para conseguir que en su jefe recaigan todas las desgracias habidas y por haber. Eso sí, tiene un súper poder que ya quisieran los americanos, se puede disfrazar de cualquier cosa que se pueda imaginar de manera instantánea, con todo lo que eso conlleva tanto para bien como para mal. Es un fiel compañero que por muchos enredos que ocasione, con sus catastróficas consecuencias, se le quiere. Yo no elegiría a otro.

               Y no son solo amigos míos, llevan en este mundo 65 años y en todo ese tiempo han entretenido y divertido a millones de personas. Cuando yo era niño, recuerdo perfectamente a mi abuelo desternillarse de risa con sus tropelías, a mi padre mondarse con el humor sibilino de ese par de cebollinos y a mis primos y a mí descuajaringándonos con cada trompazo, porque con este dúo, que es la monda, siempre hay carcajadas a mansalva.

               No puedo dejar de mencionar a unos cuantos compañeros de este par de zopencos como son su superior, con cara de pocos amigos y poca paciencia que les manda a cada misión, porque no tiene alternativa, y les racanea hasta la nómina, una secretaria con cierto problema de sobrepeso que no pierde la esperanza de que la inviten a salir algún día y un científico al que mis amigos no quieren ver ni en pintura porque sus inventos suelen acarrear más tormento que ayuda.

               Llevo unos días triste porque el padre de mis mejores amigos ha fallecido y aunque ellos, por suerte para todos, son inmortales, yo sé que cada vez que los acompañe en alguna nueva misión, que las habrá, ya no será igual. Nada será igual porque ya se intentó y no funciono. Nada será igual porque nadie nunca fue capaz de crear tanto, con tanta calidad y durante tanto tiempo, de hecho y como se suele decir: hasta el último aliento.

               Uno de los motivos que más me apena de esa pérdida es que siempre tuve la esperanza de conocer a ese genio en persona, solo para poder charlar un rato con él, que me contara cosas de su mundo y poder decirle lo importante que era para mí y todo lo que había influenciado en mi vida su obra, pero ya no podrá ser.

               Además, también me da mucha lástima, por no decir rabia, que aunque tanta gente, de tantos sitios del mundo, de tantas generaciones diferentes, hemos admirado y seguido al creador de los mejores amigos que se puedan tener, él nos ha dejado sin recibir el reconocimiento oficial que todos pensamos que merece. Siempre habrá alcornoques y besugos incapaces de reconocer el mérito de lo que no pueden de entender. Yo cada día tengo más claro que el mundo sería un lugar mejor si todos tuvieran sentido del humor, sobre todo los que mandan.

               En fin, la vida, que a veces nos hace creer que algunas cosas no van a tener un final, pero al final todo se acaba. De lo que estoy seguro es de que si hay un más allá, ese creador tendrá un sitio especial en la mesa donde se sientan los más grandes del humor y si no lo hay, como poco estará siempre en el corazón de todos los que tanto lo admiramos. Gracias por tanto y larga vida a los mejores amigos.    



“Mortadelo y Filemón no aportan mensajes, la intención es que el lector pase un buen rato y se olvide de sus problemas.“

“Verán, nunca he sabido darle al balón, ni agarrar una raqueta, ni soltar el manillar de la bicicleta, ni meter la pelotita en el hoyo, ni dirigir un banco, ni medrar en la política; si canto, acuden los guardias tratando de salvar a la víctima, para el cine no pasaría de acomodador… ¡Nada, nada, otra vez al cómic, faltaba más!”

“Una vez firme a cuatro generaciones a la vez. Venían tres personas, el abuelo, el hijo y la nieta que ya era mayorcita. Me dieron cuatro nombres. Y digo ¿y el cuarto donde esta? la nieta se señala la barriga diciendo aquí aquí.”

  Francisco Ibáñez


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