lunes, 15 de agosto de 2011

CAMARERO, POR FAVOR.

                  El otro día estuve rememorando aquellos  maravillosos años en los que amasaba grandes fortunas a base de atender comensales en refectorios, a cual más respetable. Fue una época feliz, pese a la dureza de mi labor. Me divertía, aprendía, conocía a todo tipo de personas, hasta ligué en alguna ocasión. Modestia aparte, el oficio no se me daba nada mal, cada día era mejor y eso me gustaba. En fin, ¿qué más se podía pedir para un joven, que no hacía tanto que había salido de la edad del pavo? Pero, como suele ocurrirme, acabé aburriéndome y abandoné para dedicarme a otros menesteres. Casi todo el mundo sabe que trabajar en la hostelería es un auténtico mojón, mucho trabajo físico, horarios intempestivos, sueldo mediocre (supongo que los lectores habrán supuesto que lo de amasar fortunas era coña) y lo peor de todo, la atención al cliente.
Todo hay que decirlo, hay muchos clientes que da gusto atender, son agradables, te tratan con respeto y son agradecidos. Pero encontramos, por contra, tantas o más que al servirlas consiguen que te den ganas de orinar en su sopa. Existen muchos tipos de mal comensal. Tenemos al energúmeno prepotente que piensa, una vez que está en el local, que todo el servicio tiene que adorarlo, como si de una estrella se tratase y satisfacer todos sus caprichos como si fueran esclavos los que le atienden. Este individuo, normalmente, suele ser una criatura acomplejada, porque en el trabajo es el último mono o porque en su casa, su señora lleva los pantalones. A estos tipos, sabiéndolos llevar, se les bajan rápido los humos, pero aun así, hay que aguantarlos. Otro caso, igual de odioso que el anterior, es el mileurista dominguero, normalmente va acompañado por toda la familia, mujer ama de casa, niños mal educados y suegra viuda, además de repelente. Este grupo, sale a comer dos domingos al mes, el hombre suele entrar pidiendo mesa, con toda la cara de querer estar tirado en el sofá de su casa viendo un programa de deportes y les gusta degustar los mismos manjares que llevan toda la semana saboreando en su hogar. Por ir terminando, y no por falta de categorías, tenemos al chistoso, creyente de ser el mejor humorista de la sala y pretendiente de animar el cotarro con un despliegue “improvisado” de chascarrillos y ocurrencias con menos gracia que un niño muerto. Como decía, podría redactar una enciclopedia con todas las calañas que se tiene el disgusto de conocer trabajando en servicio de mesas, pero en vez de eso, voy a enumerar una serie de normas básicas que todas las personas que entran en un local hostelero deberían conocer y respetar.
1 – Cuando entre en el establecimiento, pida mesa antes de sentarse.
2 – No llame al camarero haciendo palmas ni silbando, no es un perro. Bastará con levantar la mano o llamarle diciendo “perdone” o “oiga”.
3 – Tenga claro lo que van a pedir antes de llamar al camarero y no se empeñe en querer modificar los platos de la carta, ni pedir alimentos que no se incluyan en el menú.
4 – Intente controlar, en la medida de lo posible, a sus vástagos, para que no hagan tropezar al servicio.
5 – No exija que se le invite a un chupito, por mucho que se haya gastado en la cuenta. Queda bastante ruinoso. El negocio le invitará si tiene la costumbre.
6 – Pida las cosas por favor y de las gracias. No cuesta nada ser amable.
7 – No trate a los que le atienden como si fueran inferiores a usted. Nunca se sabe cuándo podrían orinarse en su sopa.

"¿Pagar la cuenta? ¡Qué costumbre tan absurda!"
Groucho Marx (1890 -1977) Actor estadounidense.

No hay comentarios:

Publicar un comentario